jueves, septiembre 11, 2008

El Umbral

Amanece y el tipo no abre los ojos, piensa que le vendría bien dormir un poco más. Esta noche, piensa. Está decidido, cuando vuelva a la cama, esta noche, va a descansar como se merece (o como espera merecerse, esta noche, al final del día).

Café, y un cigarrillo. En eso piensa, mientras se pone las medias. En eso piensa. Y también en que, si fuera posible definir tales cosas, el café y el tabaco se definirían exactamente así, lo que persiste, lo que es más tangible en ausencia. O sea, lo único que importa al fin y al cabo. (Es decir, aquello en lo que pensamos mientras nos ponemos las medias.)

Si no hubiera que levantarse, afeitarse, convencerse una vez más de ir una vez más a trabajar. Si no hubiera esa responsabilidad ineludible de navegar abismos hechos de puras superficies. Si no hubiera que seguir viviendo, el tipo se dedicaría simplemente a vivir. En eso piensa. O eso es lo que le gustaría pensar.

Pero esa no era la historia. La historia venía contando que el tipo, que ya estaba despierto, se levanta, se viste (empezando por las medias), desayuna, se olvida de afeitarse, invierte largos minutos en encontrar las llaves, y después sale. Digamos que de alguna manera entra a eso que sus improbables congéneres llaman mundo.

La historia no dice mucho, es cierto. Pero ¿cómo referir este ritual, o cualquier ritual? ¿Dónde buscar los detalles reveladores, los misterios más transparentes? Lo que tenemos, lo que tiene el tipo, es este día. Un día cualquiera. Este primer día de una eternidad cualquiera.