Mandinga tiembla. No niega que el negocio marcha mejor que nunca, pero ha aprendido a desconfiar de cualquier éxito desmesurado. Lo angustia imaginar el día en que innumerables, inocentes, alegres llamas redentoras terminen por devorar la carne de todos y cada uno de los pelotudos que enturbian la superficie del planeta.
Pobre Viejo, le tocó el lado equivocado de la broma más cruel: nadie se molestó en informarle que los boludos son incombustibles.
Ignora que Su Imperio es absoluto y tiene el tamaño exacto de la eternidad.
miércoles, septiembre 24, 2014
Apocatástasis (Un detalle)
miércoles, septiembre 10, 2014
Ajolote
Monstruos y monstruitos. Enfermos y enfermitos.
Derrotados. Degenerados. Desahuciados. Desequilibrados. Alienados. Apestosos y apestados. Abombados.
Y el miedo más grande. Su singular terror innumerable. El frío en los huesos de saberse uno de tantos.
Derrotados. Degenerados. Desahuciados. Desequilibrados. Alienados. Apestosos y apestados. Abombados.
Y el miedo más grande. Su singular terror innumerable. El frío en los huesos de saberse uno de tantos.
sábado, septiembre 06, 2014
Chimæra (crónica)
Patalear. Molestar. Ni siquiera es una condena. Es lo que hacemos. Es todo lo que podemos hacer.
¡No, no, no! –pensaba el monstruo chiquito (feliz inocente tibio tierno cruel intacto indestructible).
También podemos, con algo de práctica, aprender a patalear con estilo.
***
Y así el tiempo le fue desenterrando la tibia certeza de que la disciplina no tiene nada que ver con el estilo. Hubo quizás un primer instante en el que sospechó –todavía sin vértigo– que el virtuosismo no cabía en su presupuesto.
(Hoy adorna sin adornar las incómodas alturas de cierta afamada catedral parisina.)
¡No, no, no! –pensaba el monstruo chiquito (feliz inocente tibio tierno cruel intacto indestructible).
También podemos, con algo de práctica, aprender a patalear con estilo.
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Y así el tiempo le fue desenterrando la tibia certeza de que la disciplina no tiene nada que ver con el estilo. Hubo quizás un primer instante en el que sospechó –todavía sin vértigo– que el virtuosismo no cabía en su presupuesto.
(Hoy adorna sin adornar las incómodas alturas de cierta afamada catedral parisina.)
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