Por puro hastío, por la justificada sensación de culpa y de insoportable complicidad, hay quienes decidimos huir hacia las vastas -las intrincadas, escarpadas, lúbricas- entrañas de las bibliotecas (y toda biblioteca es 'virtual'). Nos dan la bienvenida los muertos, los desesperados, los ecos de nuestros propios pasos que no dejan de recordarnos lo profundo del silencio que nos envuelve.
Eso es lo que (tentativamente) bautizamos con el nombre de felicidad: cuando ya no nos disculpamos por haber dejado de pedir perdón...
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