Hoy me levanté con ganas de escribir esa gran novela, o acaso ese único, breve e irrefutable poema.
Hoy, una extraña potencia --que también podríamos llamar desesperación-- me autoriza a acometer las más desmesuradas proezas, las más imperdonables iniquidades.
Hoy me desperté amoral y prolífico.
Hoy me remuevo inquieto en mi silla, temiendo y anticipando quién sabe qué abrasador e inevitable estallido.
Hoy palpito el sano impulso de irritar a respetables profesores o de abofetear con calma a mi jefe. Hoy le hago zancadillas a los ciegos y escupo a las monjas en la cara.
Hoy acepto la cruz o la capucha de verdugo. Estoy abierto a la caricia y a la faca traicionera.
Hoy, te lo digo, no pasa de hoy. Ni bien termine el desayuno. O mañana. Cuando mucho la semana que viene.
Te digo más, si fuera por mí te seguiría contando, pero no quiero llegar tarde al trabajo. Además casi me olvido que hoy tengo que ir a pagar los impuestos y llamar a mi familia. Seguro tendré que disculparme por algún que otro cumpleaños o aniversario del cual no llegué a acordarme a tiempo, y contarles que todo va de lo mejor, que me abrigo por las noches, que me alimento decentemente... No vaya a ser que encima se preocupen...
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