La sensación que alguien podría calificar como "sentimiento de lo divino" carece en su trivial, inapelable materialidad de toda relación con el juicio que afirma o niega la existencia de Dios.
Hay (o puede haber) un rincón desde el cual se huele, por instantes, el infinito.
Ese rincón no es siempre el mismo.
Y no siempre es un rincón.