Con The Wild Blue Yonder, Werner Herzog nos impone una "fantasía de ciencia ficción" construida (¿casi?) completamente en base a registros documentales. Sin embargo, la parte que preferimos interpretar como "fantástica" o "ficcional" es el relato que da unidad a los fragmentos. Se trata en este caso de una narración a cargo del actor Brad Dourif, o tal vez fuera más exacto decir "del personaje interpretado por el actor...". Pero esta distinción no es tan sencilla, ya que la película nos instala en un complejo vórtice de verosimilitudes contradictorias y/o complementarias. El "narrador" es un autoproclamado extraterrestre, de lo más parecido al actor antes mencionado, desprolijo, resentido y proveniente de la galaxia de Andrómeda. Como con la mayoría de los héroes de Herzog (como con la mayoría de los mortales), nos encontramos ante un perdedor épico. Estaríamos frente a un enfermo mental que tiene la necesidad imperiosa de invitarnos a espiar en su conciencia alienada; o bien ante un auténtico inmigrante transgaláctico que comparte que con nosotros sus más íntimas frustraciones. Un análisis un tanto más profundo no tarda en revelar, sin embargo, que ambas interpretaciones no son necesariamente excluyentes.
¿El proyecto? Abandonar un planeta moribundo, instalarse en un lejano paraje del universo, y finalmente construir un hábitat a la medida de los expedicionarios, una próspera ciudad que no carezca del orgullo de toda metrópoli: un resplandeciente centro comercial.
¿El resultado? Las remotas ruinas de lo que nunca llegó a ser. La tristeza inconsolable ante "toda esa mercadería sin vender".
"Los inmigrantes (aliens) no somos lo que estedes creen. Los inmigrantes somos una porquería", dice, y el terror ante implacables flotas aniquiladoras se nos va transformando en pena, o en un miedo más profundo.
También están, por supuesto, esas imágenes. Las imágenes que pueblan el relato pertenecen a la fantasía o el delirio; pero también a los más prestigiosos archivos documentales. ¿Y por qué no? En el relato, los humanos también son (o llegan a ser) inmigrantes. En el mismo relato (y en la mundana entrevista a un matemático de la NASA), los humanos --¿ellos?¿nosotros?-- también proyectan un paraíso de centro comercial, comida rápida y entertainment para todos. No falta quien expresa la esperanza de que el éxodo masivo devuelva a la Tierra una armonía de "reserva natural": sin hombres, sin historia --pero con convenientes miradores que permitan a los turistas admirar el paisaje--.
De alguna manera, no podemos evitar preguntarnos si el material del que están construidos los mitos es necesariamente diferente del que constituye lo nos empecinamos en llamar "realidad".
Queremos, y no podemos, evitar reconocernos en el relato alienado, en las inexplicables imágenes de austera belleza y desasosiego infinito.
O --quizá más precisamente-- podemos, y no queremos, enfrentarnos a la pregunta sobre nuestra condición.
Y ahí viene Herzog y nos asesta un cross a la mandíbula que nos deja, otra vez, mirando a las estrellas.
¿El proyecto? Abandonar un planeta moribundo, instalarse en un lejano paraje del universo, y finalmente construir un hábitat a la medida de los expedicionarios, una próspera ciudad que no carezca del orgullo de toda metrópoli: un resplandeciente centro comercial.
¿El resultado? Las remotas ruinas de lo que nunca llegó a ser. La tristeza inconsolable ante "toda esa mercadería sin vender".
"Los inmigrantes (aliens) no somos lo que estedes creen. Los inmigrantes somos una porquería", dice, y el terror ante implacables flotas aniquiladoras se nos va transformando en pena, o en un miedo más profundo.
También están, por supuesto, esas imágenes. Las imágenes que pueblan el relato pertenecen a la fantasía o el delirio; pero también a los más prestigiosos archivos documentales. ¿Y por qué no? En el relato, los humanos también son (o llegan a ser) inmigrantes. En el mismo relato (y en la mundana entrevista a un matemático de la NASA), los humanos --¿ellos?¿nosotros?-- también proyectan un paraíso de centro comercial, comida rápida y entertainment para todos. No falta quien expresa la esperanza de que el éxodo masivo devuelva a la Tierra una armonía de "reserva natural": sin hombres, sin historia --pero con convenientes miradores que permitan a los turistas admirar el paisaje--.
De alguna manera, no podemos evitar preguntarnos si el material del que están construidos los mitos es necesariamente diferente del que constituye lo nos empecinamos en llamar "realidad".
Queremos, y no podemos, evitar reconocernos en el relato alienado, en las inexplicables imágenes de austera belleza y desasosiego infinito.
O --quizá más precisamente-- podemos, y no queremos, enfrentarnos a la pregunta sobre nuestra condición.
Y ahí viene Herzog y nos asesta un cross a la mandíbula que nos deja, otra vez, mirando a las estrellas.
Las fotos publicadas son del sitio oficial de la película (el primero de los links de este post)
1 comentario:
Lástima no tener la peli en este mismo momento, ni un lugar para alquilarla, pero con este post tuyo, ahora no sé si verla o quedarme con lo que cuentas aquí e imaginarme el resto, como siempre, admirada, Pancho.
A juzgar por las preguntas que te haces hay mucha tela por cortar...
¡Qué intriga! ¡Qué manera tienes de encandilarme a preguntas y nuevas búsquedas!
Me asombras, eres uno de los pocos que tiene esa rara cualidad para conmigo.
Alicia
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