Un buen día (o un mal rato de cada día) todo niño aprende a dejarse de niñerías.
Un buen día, decíamos, a puro golpe de silencio y de calmada orfandad, libera el apocalipsis y la tormenta, y se sienta a mirar desde la orilla. Un mal rato de cada día, decíamos, cada niño cultiva (o inventa) el inocente, el perverso, el luminoso orgullo de saberse parte de esas mismas devastadoras potencias que darán muerte a todo lo que conoce.
Mientras tanto, sigue esquivando los golpes -por reflejo, por pura costumbre. Con la ignorancia, el cansancio y el inagotable asombro de un dios pretérito, contempla, imita y hasta comparte las difusas violencias y las explosivas alegrías de sus mayores. Minuciosamente repite (y adultera) los rituales de la tribu -quizás también por costumbre, por piedad, por no agraviar a esos desvalidos gigantes que se imaginan responsables de su existencia.
Y es eso lo que, a grandes rasgos, estos bichos llaman crecer (o estar vivo).
(Y ese es más o menos el tipo de cosas por las que se interesan los científicos del futuro)
http://200peliculas.tumblr.com/post/36391443166/332-beasts-of-the-southern-wild-benh-zeitlin
http://es.wikipedia.org/wiki/Beasts_of_the_Southern_Wild
Y dice Luisito:
Quien, con comprensión, oiga gritar a un niño, sabrá que allí dormitan otras fuerzas anímicas, terribles, distintas de las que se suponen. Profunda rabia y dolor y deseo de devastación.
Wittgenstein, Ludwig (1995) Aforismos. Cultura y Valor. Madrid: Espasa Calpe. (p.32)
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